Don Quijote de la Mancha.- Primera parte, capítulo noveno

Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes

Primera parte, capítulo noveno

Donde concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron.

Al final del capítulo VIII quedaron el vizcaíno y don Quijote con las espadas en alto, en suspenso el resultado del enfrentamiento porque, según el segundo autor, no encontró la continuación de la historia entre los papeles del primero. Extrañado de tal circunstancia se lamenta de esta falta de noticias ya que era sabido que a ninguno de los conocidos caballeros andantes les faltó al menos uno o dos sabios que dieran razón de cada detalle de sus vidas.

Siendo el primer autor Cide Hamete Benengeli, que viene a ser el nombre de Miguel de Cervantes (Hamete es igual a Miguel y Benengeli quiere decir lugar de ciervos, es decir, Cervantes), el segundo autor será, igualmente, Miguel de Cervantes, el cual firma la obra; de este modo oculta tras el supuesto nombre árabe su autoría directa para hacerse mero transmisor al descubrir la historia y, a la vez, cumple los requisitos de cada caballero andante de tener, al menos, dos sabios o mentores de sus hazañas.

Don Quijote de la Mancha es mencionado como famoso español y ejemplo de la caballería manchega, no como famoso manchego y ejemplo de la caballería española. Dicho de esta manera debería entenderse que la caballería manchega tendría características propias en un tiempo en el que ya no existía la caballería en España.

Dos cuestiones al respecto. Una es si la reivindicación caballeresca no está hecha en función de limpiar la mancha de judeoconverso y alcanzar un título nobiliario. La segunda, si mantenemos el título de famoso español y ejemplo de la caballería leonesa, en lugar de manchega, la historia nos remite directamente al siglo XV y concretamente al año de 1434 en el que el caballero leonés Don Suero de Quiñones defendió durante un mes el Paso Honroso sobre el puente románico de Hospital de Órbigo para liberarse de una promesa de amor. Todo parece indicar que Cervantes conocía la historia y la utiliza para su personaje en el que resucita un modelo de caballería que ya en el siglo XV estaba periclitado.

Miguel de Cervantes nos llevará en su búsqueda de información sobre la historia de don Quijote hasta la alcaná de Toledo, plaza o zoco judío en donde tropieza con un muchacho que vendía los papeles que traía en un cartapacio y que venían escritos en caracteres arábigos. Como no los entendía, buscó a un morisco aljamiado que se los leyese. Un morisco era un moro bautizado. La escritura aljamiada se hacía en lengua castellana, pero con caracteres árabes, lo que explica la dificultad de interpretarla. Toledo conservaba el peso de la tradición y la historia de centro judío de primer orden todavía en tiempos de Cervantes y después de más de 110 años de la expulsión de los judíos, por lo que no era difícil encontrar costumbres, documentos y personas capaces de leer e interpretar textos en árabe o en lengua hebrea.

En uno de los números de la alcaná o judería menor de Toledo tuvo una casa en propiedad Catalina de Palacios y Salazar, esposa de Miguel de Cervantes.

El morisco comienza a hojear los papeles y entre risas lee la cita que se refiere a Dulcinea del Toboso de la que, en nota al margen, decía que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha. Y es aquí que, interesado por el contenido del cartapacio en cuanto oyó mencionar a Dulcinea, se entera de que el título dice: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benebgeli, historiador arábigo. Consigue un buen trato con el morisco para que le traduzca o ponga en español todos los papeles del cartapacio, cosa que hizo en poco más de mes y medio.

Se nos da noticia de que el cartapacio mencionado estaba ilustrado con las imágenes del vizcaíno y don Quijote, con las espadas alzadas sobre sus cabezas y a punto de descargar el brutal golpe de cada uno en la cabeza del otro. Al pie figuraba el nombre del vizcaíno como Don Sancho de Azpetia y a los pies de Rocinante el de Don Quijote. Al lado de Rocinante aparece Sancho Panza con el nombre de Sancho Zancas, por lo que se deduce que no debía ser naturalmente chaparro, pues se le representaba sujetando al asno y mostrando una barriga grande, el talle corto y las zancas largas.

Sigue la historia con la objeción de ser arábigo el autor de los papeles encontrados, pues a los árabes los tiene por mentirosos y enemigos, sobre todo porque dice que el autor de la historia que contienen los papeles se ahorró muchas alabanzas sobre don Quijote, lo que le lleva a exigir a los historiadores que sean puntuales, verdaderos y nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

Parece, leyendo el párrafo anterior, difícil sustraerse a la impresión de que Cervantes no estuviera escribiendo, desde el pasado, sobre el presente de España y las interpretaciones sesgadas, inventadas y torticeras de la historia que se hacen desde las pretensiones secesionistas de los nacionalismos.

Pero volviendo al final de la batalla entre el vizcaíno Sancho de Azpetia y don Quijote de la Mancha, se dice que fue el vizcaíno el que descargó el primer golpe con tremenda fuerza y furia, yendo a caer sobre el hombro izquierdo de don Quijote y llevándole, de paso, gran parte de la celada y media oreja. Don Quijote, sintiendo el peso del ataque, lleno de rabia y volviendo a alzar enfurecido su espada, descarga su golpe sobre la cabeza del vizcaíno, mal protegida por un almohadón, empezando a sangrar por las narices, la boca y por los oídos y yendo a caer un poco más adelante cuando la mula, espantada, salió corriendo campo a través. Don Quijote bajó de Rocinante, se acercó a él y poniéndole la punta de la espada entre los ojos le dijo que se rindiera o que, de lo contrario, le cortaría allí mismo la cabeza.

Como el vizcaíno era incapaz de articular palabra conmocionado por el golpe de la espada y la caída, las señoras del coche le suplicaron que perdonara la vida a su escudero. Don Quijote accede porque se lo piden unas damas, pero será a cambio de que le prometan volver al Toboso y presentarse ante Dulcinea dándole cuenta de todo lo acaecido. Las señoras, alarmadas y asustadas, lo prometieron todo sin preguntar siquiera quién era la tal Dulcinea. Y en fe de esas palabras, don Quijote retiró su espada y la amenaza sobre el malparado vizcaíno, con lo que se da por concluido este capítulo.

González Alonso

2 comentarios en “Don Quijote de la Mancha.- Primera parte, capítulo noveno

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