Don Quijote de la Mancha.- Primera parte, capítulo tercero

El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra
Primera parte.- Capítulo 3
Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote de armarse caballero

Este breve y jugoso capítulo se abre con las figuras del ventero y don Quijote y la petición de éste de ser armado caballero para poder como se debe ir por todas las cuatro partes del mundo buscando aventuras en pro de los menestorosos. Propósito altruista donde los hubiere, según se deja ver, que choca con el interés del administrador de la venta por cobrarse los cuartos por el alojamiento. Cuando don Quijote confiesa no llevar dinero alguno porque tiene entendido que los caballeros andantes viajaban sin él y que nunca había leído lo contrario, el ventero, versado también en libros de caballerías, le hace caer en la cuenta de que no aparece porque es una obviedad, así como no se mencionan la ropa limpia o los ungüentos necesarios para sanarse. También le recuerda la conveniencia de disponer de un escudero que acarrease con todo lo necesario y le sirviera en todos los menesteres de la caballería andante. Don Quijote no discute las razones del ventero, el cual le ofrece el patio de la venta para velar las armas aquella noche.

Mientras velaba las armas que había dejado sobre un pilón al lado del pozo, don Quijote se paseaba con la celada puesta y la lanza en la mano hablando para sí mismo y su disparatada fantasía con porte airoso. Ocurrió que uno de los arrieros quiso acercarse al pilón a por agua para sus acémilas sin hacer caso de las advertencias del hidalgo de que no osara tocar las armas, las cuales debía retirar para alcanzar el agua. Don Quijote, pidiendo valor a su dama Dulcinea para afrotar el trance, acomete al arriero con la lanza y le parte la cabeza; cuando lo intenta un segundo arriero, el descalabro es aún mayor, lo que provoca que el resto de los arrieros la emprendan a pedradas con don Quijote que se defendía como podía detrás de su adarga.

El ventero da voces para que cese la pelea y el apedreamiento; asustado por la reacción de don Quijote, y después de pedirle disculpas, decide armarle caballero sin más preámbulos. Con el libro donde asentaba la paja y la cebada que daba a los arrieros, la compañía de un muchacho que sujetaba una vela y las dos prostitutas a las que don Quijote trata de doncellas, el ventero hace que lee algunas oraciones, le da la pescozada correspondiente y el espaldarazo con la propia espada de don Quijote y, ciñéndole la espada una de las prostitutas y la otra calzándole las espuelas, quedó armado caballero.

La parodia de la investidura de don Quijote como caballero se desarrolla en medio de unos diálogos muy sabrosos en los que se mezcla el lenguaje arcaico y libresco de don Quijote con el vulgar, socarrón y popular del ventero y las mujeres que le atienden, las cuales demuestran en sus respuestas, también, conocer las obras de caballerías.

Una vez cruzados los más pintorescos reconocimientos por parte de don Quijote y el ventero con su indisimulada sorna, se siente el recién armado caballero impaciente por montar su caballo y partir en busca de aventuras, lo que no le estorbará el dueño de la venta que no veía el momento de deshacerse de semejante loco, y lo dejó partir en buena hora, renunciando a pedirle el coste de la posada.

Julio G. Alonso

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