Don Quijote de la Mancha.- Primera parte, capítulo segundo

El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra

Primera parte, capítulo segundo

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

Una buena mañana del mes de julio y en viernes, día de ayuno y abstinencia, embrazada su adarga y tomada su lanza, el ingenioso hidalgo subió sobre Rocinante y salió al campo por la puerta trasera del corral, contento y alborozado. Apenas transcurridos unos minutos un pensamiento le contraría y casi obliga a desistir de su empresa, al caer en la cuenta de que todavía no ha sido armado caballero. Pero resuelve la duda con decisión apelando a las lecturas de las aventuras caballerescas, en algunas de las cuales muchos habían sido armados caballeros después de un tiempo en el ejercicio de las armas. Así, con la determinación de pedir ser armado caballero en el primer castillo que encontrara, seguirá adelante. La condición será la de usar armas blancas, sin distintivos, hasta que sea merecedor de ellos, según las leyes de la caballería.

Cabe imaginar en la preocupación por el uso de armas blancas o no manchadas, la misma que Cervantes podría tener por la limpieza o pureza de sangre cuando hace decir a su personaje que limpiaría las mismas hasta que lo fuesen más que un arminio o armiño. El arminio al que don Quijote alude era símbolo de blancura, pureza y nobleza; tres aspectos relevantes y de gran valor para los judíos conversos. Tres cualidades a las que el mismo don Quijote aspiraba.

Puesto en camino, don Quijote ve en la salida del sol su propio amancecer para iluminar al mundo e imagina que de ese modo se escribiría el comienzo de sus aventuras, todo ello explicado con un estilo elevado y ampuloso cargado de mitología cuando toma camino del campo de Montiel, entre Ciudad Real y Albacete. Así, con invocaciones épicas a las que asoma la parodia, don Quijote se referirá a Rocinante y de manera más apasionada y enamoradamente a Dulcinea, en un lenguaje arcaizante que Cervantes pretende ridiculizar.

La jornada por los campos manchegos de Montiel bajo el implacable sol y el calor que recalienta los pertrechos de su armadura, es seguro que agudizaría la locura de don Quijote, secándole aún más su, de por sí, ya seco cerebro. Al anochecer, la lejana venta que el caballero avista se le aparecerá como marcada providencialmente por la señal de la estrella que condujo a los Reyes Magos hasta Belén. A la puerta de la venta, que enseguida a don Quijote se le antojará castillo, se encontraban dos prostitutas que iban de camino hacia Sevilla en compañía de unos arrieros. Todo el lenguaje juega con la ironía y el sentido ambiguo, pues don Quijote se referirá a estas mujeres como doncellas o damas solazándose, o como traídas y llevadas, todo ello alusiones a la prostitución cargadas de eufemismos.

Don Quijote, que esperaba la señal acostumbrada del toque de trompeta tocada por un enano anunciando la llegada de un caballero, interpretará como tal el toque de cuerno de un porquero recogiendo la piara.

El aspecto del hidalgo a lomos de su rocín y ataviado de armas tan dispares como lanza, adarga, brida, celada y coselete, con su peto, espaldar y gola, desconcertó a las mujeres y sorprendió al ventero, que pasó por alto los apelativos que le dedicó don Quijote, en medio de los cuales alude a la fama de los andaluces de maliciosos y poco honrados así como a la de los castellanos o sanos de Castilla, en su significado de hombre honrado y sin malicia tanto como el de ladrón disimulado. Resuelto a seguirle la corriente y no entrar en pendencias con el caballero recién llegado, le ofrece algo de comida y le asegura que no tiene cama para pasar la noche. Las escenas que siguen en las que una de las mujeres tiene que darle de comer a don Quijote acercándole los alimentos a la boca escondida en el fondo de la celada, que se negó a quitarse por no roper las cintas que la sujetaban, y dándole de beber por una caña, son en todo cómicas. Don Quijote sobrelleva la situación con entereza y repartiendo halagos y consideraciones de todo tipo, así sobre las cualidades de las mozas como las de los alimentos que, por ser viernes como ya se ha dicho, consistirían en unos trozos de abadejo, bacalao, curadillo o truchuela. No pierde ocasión Cervantes de ironizar a cuenta de estos y otros alimentos como la ternera, vaca, cabrito y cabrón, término injurioso éste último, así como resultaba bien conocido que a las prostitutas se las designaba con el término de abadejo cuando eran viejas y trucha cuando eran jóvenes y de calidad, señalando en este caso la ausencia de las últimas al encontrar solamente el servicio de truchuela o abadejo.

Aparecerán en la boca de don Quijote, en el momento en que las mozas le ayudan a quitarse la armadura, a excepción –como se ha dicho- de la celada, unos versos iniciales del romance de Lanzarote adaptados a la ocasión:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera don Quijote
cuando de su aldea vino:
doncellas curaban dél;
princesas, del su rocino.

Cuando aparece en la venta un castrador de cerdos tocando su silbato de cañas o capapuercos, don Quijote acabará de convencerse de que se encontraba en un verdadero castillo, tomando por música de la que se solía acompañar las comidas los toques del citado castrador, y con la preocupación por no haber sido armado caballero todavía, se da fin al segundo capítulo de esta primera parte.

Julio G. Alonso

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