El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra
Segunda parte.- Capítulo sexagésimo noveno
Del más raro y más nuevo suceso que en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote
Ya de vuelta a casa don Quijote con la siempre compañía de Sancho Panza, afligido por la derrota frente al Caballero de la Blanca Luna en las playas de Barcelona, iba imaginando para su retiro forzoso de la caballería por espacio de un año una nueva vida bucólica y pastoril en la que hacer participar a familiares y amigos. No le faltarán, sin embargo, nuevos sobresaltos y sorpresas a lo largo del camino.
El caso es que los duques que acogieron en su castillo de tierras aragonesas al caballero y su escudero en su viaje a Barcelona haciendo a Sancho gobernador de la ínsula Barataria y poniendo a prueba el amor de don Quijote por Dulcinea tentándole con el encanto de la bella Altisidora, enterados de su vuelta, no pierden el tiempo para imaginar nuevas burlas y bromas a su cuenta. Así que los harán apresar y conducir de nuevo al castillo decididos a poner en práctica sus intenciones para asombro y sorpresa de caballero y escudero que se lo tomarán todo al pie de la letra.
La nueva broma consistió en hacer aparecer a Altisidora muerta sobre un túmulo o catafalco. En el mismo lugar se levantaba una tribuna presidida por un rey y una reina debidamente coronados, acompañados por una corte entre la que se encontraban el duque y la duquesa junto con otros personajes, jueces e invitados. Allí, solemnemente, se anuncia ante los desconcertados don Quijote y Sancho que Altisidora, muerta por el despecho de don Quijote, puede volver a la vida sometiendo a Sancho Panza a una suerte de penitencia en forma de tortazos, golpes, pinchazos y otras humillaciones como la de ser vestido con una coroza de penitenciado y un sayón pintado de rojas llamas ardientes.
Lo de la coroza y el vestido lo podía soportar Sancho Panza, pero protestó enérgicamente lo de ser apaleado ya que decía no entender por qué se le encargaban a él misiones como la de desencantar a Dulcinea o resucitar doncellas como Altisidora a cuenta de su salud y sus espaldas.
De nada le valdrán las protestas al bueno de Sancho y se le echaron encima un nutrido grupo de dueñas que dieron buena cuenta de la penitencia hasta que, no pudiendo más, emprenderá la huida, momento en el que Altisidora da señales de vida e incorporándose se dirigirá a Sancho Panza con palabras agradecidas por su generoso rescate y le promete, en recompensa, media docena de sus camisas para que hiciera con ellas lo que quisiere. Si Sancho no deja de sentir los efectos de los golpes, al menos se consoló con el regalo, y cuando los duques entendieron que ya podían quitarle el disfraz, éste les pidió que se lo dejasen como muestra y testimonio para el recuerdo de todo lo ocurrido, a lo que accederán de buen grado los duques.
Don Quijote, maravillado con la resurrección de Altisidora y estimando en mucho el poder que, según se había visto, tenía Sancho para estos milagros, le dice que es el mejor momento para retomar los azotes con los que liberaría a Dulcinea de su encantamiento. Pero Sancho, dolorido de la experiencia vivida, se mantiene firme y no cederá, explicando con gracia que le parece a él haber padecido ya de sobra por aquel día como para aumentar la cuenta de sus sufrimientos. Don Quijote calla y acepta la decisión de su escudero.
Acabada la diversión para los duques y sus acompañantes, anuncian que ya es hora de retirarse a sus aposentos, y don Quijote y Sancho harán lo propio dirigiéndose a los suyos, ya conocidos de la visita anterior.
González Alonso