Don Quijote de la Mancha.- Segunda parte, capítulo sexagésimo quinto

blanca lunaEl ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra

Segunda  parte.- Capítulo sexagésimo quinto

Donde se da noticia de quién es el Caballero de La Blanca Luna, con la libertad de don Gregorio, y de otros sucesos

 Don Quijote ha sido vencido. El de La Blanca Luna se retira a un hospedaje en Barcelona y se quita la armadura con ayuda de un criado, y don Antonio Moreno, promotor de las burlas a don Quijote, lo sigue para saber quién se esconde tras el disfraz del caballero que derrotó a don Quijote en las playas de Barcelona y le impuso el castigo de retirarse a su casa por espacio de un año.

El bachiller Sansón Carrasco se da a conocer a don Antonio y le informa de la intención final de aquel desafío, hacer volver a don Quijote a su casa y darle la oportunidad de recuperar su sano juicio; le contará cómo lo había intentado en una ocasión anterior con el nombre del Caballero de Los Espejos, y cómo había sido fracasado en su intento al sucumbir ante el ataque de don Quijote.

Se lamenta don Antonio de la decisión de apartar a don Quijote de sus aventuras y de su locura, estimando el beneficio de sus gracias y las de Sancho Panza asegurando que “cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía”.

Sorprende, en todo caso, la confesión de don Antonio, que habla por boca del sentir general, de preferir la falta de salud de don Quijote y desear que no sanase nunca para divertimento de cuantos se cruzaran en su camino. Uno piensa dónde está verdaderamente la locura y en esa sociedad melancólica y triste, enferma, que busca su remedio n la rematada locura y despropósito de n hidalgo metido a caballero andante de novela y un escudero de aldea, ajos y refranes. Resulta incluso dolorosa esa confesión que nos deja Cervantes y que nos invita a reflexionar sobre el estado de las cosas de un mundo lleno de contradicciones y crueldad.

Postrado en cama don Quijote por seis días a consecuencia de su enfrentamiento y derrota, recibe –sin embargo- el consuelo de Sancho Panza en forma de queja, pues considera que ha sido él el mayor perjudicado en el lance al perder así la ocasión de llegar a ser conde cuando don Quijote fuera rey. Consuelo interesado, como se puede ver, del escudero y respuesta firme del caballero que, desde la cama, afirma que pasado el año de retiro obligado volverá a los caminos y las aventuras sin que nadie pudiera evitar cumplir la palabra dada y todo lo prometido.

Reaparecen en escena la hija del morisco Ricote, la bella Ana Félix, y su joven enamorado, don Gregorio, rescatado por el renegado de su cautiverio en Argel. Cuando deciden acudir a la Corte y pedir al rey Felipe III su real permiso para que –saltándose el decreto de expulsión- el morisco Ricote pudiera vivir en España junto a su hija y su enamorado, una vez desposados, éste rechazará la idea considerándola inútil ante la manera ejemplar de aplicar la ley por parte del conde de Salazar, encargado por el mismo rey para gestionar estos asuntos. Miguel de Cervantes, de manera inteligente, usará l recurso de la crítica mediante el elogio, considerando muy justas y necesarias para el reino las medidas que con mano firme aplicaban las autoridades y culpando de la situación a la gente de su raza. Así, tras justificar la dureza e intransigencia con que los ministros del gobierno trataban los asuntos de los moriscos –y entiéndase de los judíos- deja al descubierto los métodos autoritarios y la injusticia de tales actuaciones.

don-quijote-y-su-fiel-acompanante-sancho-panzaSe decidirá, no obstante, por parte del virrey y de don Antonio que éste intentará negociar la mejor solución posible al caso, quedando Ana Félix, mientras tanto, al cargo de la mujer de don Antonio y Ricote al del virrey, mientras don Gregorio va de camino a su casa para ser recibido por sus padres, esperar el resultado de las negociaciones y volver para reunirse y casarse con la bella Ana Félix.

Don Quijote y Sancho también inician su viaje de vuelta a casa; el caballero, desarmado y sobre Rocinante; el escudero, a pie, y el rucio cargado con las armas del abatido, en todos los sentidos, don Quijote de la Mancha.

González Alonso

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