Los rastros judíos en el Quijote

CONFERENCIA:

MIGUEL DE CERVANTES: RASTROS JUDÍOS EN EL QUIJOTE
Julio González Alonso

UNIVERSIDAD DE DEUSTO.- SALA GÁRATE, 28 de febrero de 2020

GUIÓN.-
1.- Acerca del tema y su interés
2.- De la intencionalidad de la obra
3.- Las diferentes lecturas del Quijote
4.- Mis lecturas y pequeños descubrimientos
5.- Precedentes literarios e influencias en el Quijote
6.- Retomando los rastros judíos
7.- El caso particular de la aventura de los molinos de viento
8.- Lo que podemos o queremos ver en la aventura del vizcaíno
9.- Lo visto –grosso modo- en otras circunstancias del Quijote
10.- Para concluir

1.- DEL TEMA

Para que una obra suscite interés es necesario que concurran en ella suficientes elementos, internos y externos, que la conviertan en materia de conversación, discusión, acuerdos y desacuerdos; seguramente su contenido apuntará a alguna cuestión vital de la sociedad o del ser humano y sus contradicciones, o abra un interrogante que todos queremos o creemos saber responder, aunque sea a medias. Otro asunto será el de su futuro o posteridad, si es que la obra lo consigue.

El Quijote, de entrada, se nos presenta como un libro de libros; es decir, un gran libro que incluye otros en forma de novelas, cuentos y poemas sin que se pierda o abandone la historia principal. Esta historia principal, la de un hidalgo metido a caballero andante acompañado de un labrador metido a escudero y a lomos de su rucio, se desarrollará en medio de otras historias de estilos tan diferentes como las novelas pastoriles o de cautivos, sin perder el hilo del argumento y montando una trama compleja que creará la tensión narrativa.

La articulación de los capítulos se presenta de forma encadenada. El final de cada capítulo o la mayoría de ellos concluye en el comienzo del siguiente. Este modo de narrar lo encontramos en obras como el Decamerón de Boccaccio (s. XIV) en el Renacimiento, o en “Las mil y una noches” (s. IX), recopilación medieval de historias orientales en lengua persa o farsí. La función de este recurso es ayudar a mantener la tensión y facilitar al lector el seguimiento del argumento.

La narración avanza a través del diálogo de los personajes principales, Sancho y don Quijote, y nos encontramos con hasta cuatro clases de narradores de la historia; el primero –supuestamente Cervantes- que nos cuenta cómo encontró los papeles en lengua aljamiada (lengua romance morisca escrita en caracteres árabes) del segundo autor, Cide Hamete Benengeli; el tercero, el del moro que los puso en lengua castellana y, por último, los propios personajes como narradores de sus historias. Aclaremos, en todo caso, una curiosidad: Miguel de Cervantes se esconde en el nombre del autor moro Cide Hamete Benengeli, ya que Hamete se relaciona con Amet, uno de los nombres del profeta Mahoma y a su vez con el hebreo Mikael, que es Miguel en español. Los nombres árabes y judíos se pueden interpretar como la expresión de ¡Quién como Dios! La palabra cide, nos lo explica el mismo Cervantes, significa señor. ¿Y qué encontramos en Benengeli? Pues una de las interpretaciones más fiables es la de que quiere decir “hijo del ciervo” o “lugar de ciervos”, que es lo que significa literalmente Cervantes.  Esta cuestión de los nombres, su elección y significado, es de gran importancia en la obra del autor del Quijote y volveremos a ella.

Pero citando características que le confieren al Quijote interés, no podemos olvidar las referidas al estilo. De entre ellas sobresale la “ironía”. En el Quijote no hay sarcasmo hiriente ni expresiones gruesas y ácidas; todo fluye en la denuncia desde el humor inteligente y el recurso eficaz de la “crítica por la alabanza”.

Aún así, si el Quijote resulta ser para nosotros una obra interesante hay que saber que no lo será por su actualidad, ya que el mundo de la caballería andante no forma parte de nuestra actualidad, del “hoy día”, pues actual es lo que no fue ayer ni lo será mañana. Lo que no pasa o nunca deja de pasar es lo “perdurable”, lo que adquiere “posteridad”. El Quijote es una sátira de los libros de caballerías, pero estos ya no existen; así nos hace notar Manuel Azaña cómo en el Quijote desaparece la “actualidad” del caballero andante y persiste la “caricatura” que cobra vida y valor propio, empezando a parecer asunto verdadero con la desnudez de lo humano al caerse el catafalco de lo caballeresco.

2.- DE LA INTENCIONALIDAD

Haciendo la lectura del Quijote uno tiene la sensación de que sigue una dirección, apunta hacia alguna parte que se nos escapa en las aparentes contradicciones entre lo que se expresa y lo que luego ocurre. Y es que Cervantes resulta ser un maestro consumado del oxímoron, figura retórica del pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.

De manera explícita, Cervantes declara su intención de acabar con las novelas de caballerías que habían gozado de tanta devoción entre las gentes que hasta Santa Teresa las leía y decía aprender de ellas. Pero ya en estos tiempos de Teresa de Cepeda y Ahumada las novelas de caballerías estaban desapareciendo; la santa muere cuando Cervantes contaba 35 años y las lecturas mencionadas se refieren a su temprana juventud. La indudable ascendencia judía de Teresa de Ávila y su afición por las novelas caballerescas sorprende un poco al encontrar este interés de Cervantes en las mismas, aunque sea para terminar con ellas. Pero lo más extraordinario es que lo hace exaltando los valores de la caballería andante. ¿Cómo entender esto? Parece, más que nada, que nos estuviera proponiendo no la desaparición de los valores de la caballería andante, sino su restauración a través de la eliminación de las obras que él considera falsas o que falsifican estos valores, los degradan o ignoran. Y así parece que obra Cervantes en las dos quemas de libros llevadas a cabo y en los libros que salvó de dichas quemas.

Todo lo referido ya indica que el Quijote nos deja ver, por una parte, una historia sencilla de aventuras caballerescas en un mundo en el que la caballería andante y sus aventuras habían desparecido junto a las situaciones disparatadas que se cuentan en dichas aventuras; pero enseguida intuimos, por otra parte, que si solamente fuera esto no lo leeríamos y que el interés se encontrará, necesariamente, en otro lugar. El Quijote, reducido a una sátira de los libros de caballería, sería para nosotros poca cosa, como ya vimos que advirtió Manuel Azaña, lo que nos lleva a preguntarnos por su interpretación e interés a lo largo de los sucesivos siglos hasta la actualidad.

Podemos aventurar que el lugar del interés tal vez se encuentre en aquello de lo que trata el Quijote más allá de la historia ya referida. Y citaré, a modo de ejemplo, a Andrés Trapiello: “…es una gran metáfora sobre el vivir humano, sobre la existencia, sobre la amistad y la solidaridad, sobre los débiles y los fuertes, los pobres y los ricos, lo humano y lo divino. O sea, la manifestación de su gran sentido trágico y, sobre todo, poético.” Creo que la cita resume bastante bien el tema, sin que signifique que la lista esté cerrada.

3.- LAS DIFERENTES LECTURAS DEL QUIJOTE

El Quijote ha sido leído en cada época y en cada país de formas diferentes. En el Renacimiento se leía desde la risa y la burla de dos personajes locos y anacrónicos y sus aventuras y desventuras. Los rusos lo entendieron desde la tragedia y el Quijote movía más al llanto que a la risa. Los franceses lo acogieron con entusiasmo y los ingleses fueron quienes enseñaron a los españoles a valorarlo, siendo –además- Inglaterra el primer país extranjero que mencionó el Quijote, el primero que tradujo el libro, el primer país que lo presentó decentemente ataviado en su idioma original, el primero que señaló el lugar de nacimiento de su autor, el primero que dio a luz una biografía suya, el primero que publicó un comentario al Quijote y el primero que imprimió una edición crítica del texto, según escribió en 1905 James Fitzmaurice-Kelly. En el Romanticismo se destaca su aspecto dramático y nacional. Miguel de Unamuno lo leerá y verá como un héroe mítico para los españoles y su vocación colectiva, como un catalizador capaz de una futura regeneración de España. Ideas similares fueron desarrolladas por muchos otros escritores y pensadores como Azorín u Ortega y Gasset. En el siglo XX también se hace una lectura marxista del Quijote. Santiago Montserrat en “La conciencia burguesa del Quijote” advierte el paso del teocentrismo medieval a un mundo en el que el hombre pasa a ocupar el centro de ese mundo y la cultura. Las ciudades y el desarrollo de la economía harán aparecer la figura del ciudadano. Según la dialéctica marxista, Sancho y su actitud utilitaria ante el mundo sería la antítesis como representación de la burguesía emergente; don Quijote, como  representación de la nobleza, asumiendo una actitud moral, sería la tesis, y la síntesis sería el hombre nuevo renacentista que resultaría de la coexistencia y fundición de ambos mundos.

Pero no solamente desde la literatura y el pensamiento filosófico o político ha sido y es leído el Quijote; también desde la Medicina, la Psicología o el Derecho, entre otras disciplinas, pueden encontrarse diversos e interesantes estudios. Incluso, y no es cuestión menor, se entiende el Quijote desde la Poesía, y a ella se han referido, entre otros autores, Manuel Azaña, Azorín o don Miguel de Unamuno. En este aspecto coincide con Unamuno el escritor leonés Andrés Trapiello, el cual adivina el silencio como único paisaje verdadero del Quijote. Unamuno subrayará la carga simbólica de la obra, cómo apunta a realidades de carácter metarreal y la manera en que recoge la lucha entre la “realidad” y el “deseo”, pareciendo –además- estar escrito de un tirón, como a menudo se escriben los poemas. Y dirá más, afirmando que el Quijote es “un torrente poético alimentado por la tradición”, lo que se traduce en que la mitad del Quijote proviene de la experiencia realista, de la observación, de un designio satírico y costumbrista; la otra mitad aprisiona los frutos de una elaboración poética, asimilada por el pueblo, de más antigüedad que su expresión literaria en el romancero, tal como lo conocemos.  Desde el Derecho también he disfrutado la lectura del trabajo de un amigo y paisano, Florencio Gutiérrez Peña, que demuestra  la legalidad y vigencia del testamento de Alonso Quijano cuando lo firma en su lecho de muerte y –recobrada la cordura- deja de ser don Quijote de la Mancha.

Si, como sostengo, la obra cumbre de Miguel de Cervantes no deja de ser algo así como el negativo de una fotografía que se va revelando en cada siglo y en cada lectura para descubrirnos una realidad cambiante y que se va construyendo con el paso del tiempo, ¿por qué no aventurarnos a entrever los posibles rastros judíos dejados en el Quijote? No dejará de ser otra lectura, y tal vez el color y otro aspecto de la imagen de la totalidad de la fotografía. Entiendo que el Quijote es una conversación con uno mismo en el paisaje duro y potente de la Historia; es corazón y razón, escrito desde el corazón y estructurado con la razón.

4.- MIS LECTURAS

Siempre hay una manera de acercarse a un libro e iniciar la aventura de leerlo. Andrés Trapiello, en “Las vidas de Miguel de Cervantes”, dice que la lectura del Quijote  puede hacerse de dos maneras: una, como profesor y estudioso; otra, como lector. El estudioso quiere leer el Quijote de una vez por todas. El lector diletante sabe que va a tener que volver muchas veces al Quijote sin que termine nunca de amarrarlo por completo. En mi caso la lectura primera del Quijote ocurrió cuando a los 13 años resulté ganador en un concurso de redacción en el Instituto y como premio me regalaron una edición del Quijote. Confieso mi desconcierto inicial y sorpresa ante un tomo de aquel tamaño, en formato de edición de bolsillo, letra pequeña y apretada, publicado por Aguilar. No obstante, con la alegría de ser premiado creo que no dejé traslucir ante mis profesores mi perplejidad y, por qué no decirlo, contrariedad. Pero un premio es un premio y en la primera página figuraba la dedicatoria firmada por la directora del Instituto y mi profesora de Literatura que, además, era joven y guapa, y como todos los adolescentes del mundo en semejantes circunstancias creo que estaba enamorado de ella, así que me armé de resolución e inicié aquella primera lectura también por si mi profesora me preguntaba algo sobre la obra. Fue una lectura apresurada, saltándome todas las novelas y relatos para seguir, básicamente, las aventuras de don Quijote y Sancho Panza. Me quedó, de esa lectura, la sensación de no haber leído el Quijote; pero tampoco me sentía animado a intentarlo de nuevo con aquel libro del que lo que más me gustaba era la dedicatoria y la firma de mi profesora de Literatura.

La segunda lectura llegaría muchos años más tarde, ya metido en el ambiente universitario y como un desafío, una deuda pendiente que quería saldar. Y en aquella ocasión lo leí completo. Me sorprendí disfrutando en ocasiones mucho más de las novelas pastoriles que de las mismas aventuras. Y ahí quedó aparcado el asunto y saldada la deuda.

Luego llegó una tercera lectura, más sosegada. Y cogí un cuaderno para anotar vocabulario, citas, refranes y sentencias. En la cuarta me entretuve en hacer una secuencia temporal y fijar literalmente los itinerarios de las tres salidas del Quijote. Fue ameno, curioso, sorprendente en las incoherencias y más sorprendente en lo creíble que resultaba la historia a pesar de las discrepancias temporales y topográficas.

Consideré la oportunidad de buscar lecturas relacionadas con el Quijote, contrasté algunos datos, descubrí otros, pero –lo más importante- me di cuenta de que habría una quinta vez. Y la hubo, naturalmente, para fijarme en otros aspectos como la gastronomía, el perfil psicológico de los personajes principales y secundarios, las costumbres o los vestidos. Pero algo más me llamó la atención. En el primer capítulo el hidalgo Alonso Quijano el Bueno se dedica a poner nombres a su caballo, a Dulcinea y, finalmente, a él mismo para pasar a ser don Quijote de la Mancha. Esto es algo importante y merece la pena pensarlo bien. Acaba encontrando nombre para su caballo, haciéndole pasar de ser un simple rocín a Rocinante, jugando con la ironía de entender que antes fue rocín, pero ya no lo es; encuentra nombre para la dama de sus sueños, convirtiendo a la aldeana del Toboso, Aldonza Lorenzo, en Dulcinea. Por fin, dice, tras ocho días de meditación y búsqueda, se pone nombre a sí mismo. Sorprende la precisión de los ocho días para encontrar del todo a su gusto el pasar a ser don Quijote de la Mancha. Y buscando en esos ocho días exactos encontré que es costumbre judía realizar la circuncisión de los varones y el bautizo, recibiendo el nombre, en ese plazo.

No era mucho para inquietarse por el dato. Pero mientras buscaba en esa dirección pude leer algunos artículos en los que sugerían la relación de la “mancha” con la condición de los judíos conversos o “manchados”, teniendo en cuenta, además, que Cervantes (lo mismo que siempre escribió su nombre con b) escribía indistintamente con eme mayúscula y minúscula el de la “Mancha”, la que confiesa ser su patria. Pero claro, en esa patria lo mismo cabe el espacio manchego de la época que el judío, al menos en su filosofía, creencias o religión.

Ese famoso comienzo de la novela: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” encierra una indeterminación premeditada, no solamente porque el “no quiero acordarme” puede interpretarse como la voluntad expresa de no desearlo (tal vez, como escribirá más adelante, para que todos los lugares de la Mancha discutan su origen), sino también porque en la época se entendía como “no me acuerdo”, simplemente. El caso es que tenemos a un caballero andante y un escudero, maestro y discípulo, sin origen cierto o lugar, lo que convierte al caballero andante en caballero “errante”. Tal vez parezca arriesgado ver en ello la representación del pueblo judío, sin patria y errante, si no encontramos más argumentos que nos permita suponerlo.

El caso es que en todo el Quijote no dejaremos de encontrar siempre la gran importancia que los nombres tienen; importancia que se da, junto a sus significados, en la cultura hebraica. Ya hemos mencionado el caso de Cide Hamete Benengeli y Miguel de Cervantes; ahora nos encontramos con el término “Mancha”, pero lo mismo podríamos reparar en otros, como Dulcinea.

Detengámonos un poco en el nombre de la dama de los sueños de don Quijote. ¿Qué representaba Dulcinea para don Quijote? Está claro que lo representaba todo. Dulcinea es la encarnación de las convicciones de don Quijote, de sus deseos, el origen y la luz de su fe y su conocimiento. Ese era su amor. Sin Dulcinea no podría existir don Quijote. Y éste fue el tremendo error de Avellaneda al escribir la segunda parte apócrifa del Quijote: hizo desaparecer a Dulcinea convirtiendo a don Quijote en el “caballero desamorado”.  Para rematarlo, identifica la “`patria” de don Quijote con el lugar de Argamasilla de Alba, desmontándolo de ser “caballlero errante” para dejarlo en  simplemente “andante”. Y a partir de ahí, la novela deja de ser creíble, se acartona y vulgariza, no interesa. Dulcinea evoca en su dulzura el placer del conocimiento, la restauración de la verdad y la justicia, que es lo que perseguía don Quijote, cambiar el mundo y sus costumbres. El caballero (cabalista) andante (errante) nos deja de forma encriptada toda la enseñanza. ¿Pero qué clase de enseñanza? Pues si seguimos tirando del hilo de los nombres, encontramos junto al de Dulcinea nada menos que uno de los pocos lugares precisos en la geografía manchega (o manchada) al hacerla del Toboso. ¿A qué nombre puede aludir el término Toboso? Pues no encontramos muy lejos el apellido Tob, correspondiente a Moisés Sem Tob de León. Sem Tob es el autor judío de El Zohar o Libro de la Luz, el Verbo, la Verdad, el Absoluto. El libro más consultado en la Edad Media y de importancia equivalente a la Tora.

Si Fray Luis de León afirmaba que “cada uno es lo que su nombre significa” (De los nombres de Cristo, 1583), Pedro Salinas nos descubre que “cada nombre en Cervantes es una pequeña aventura, donde cada sílaba se juega contra otra sílaba y donde la fonética se enfrenta al significado

Si de nuevo volvemos la vista al nombre de caballero que se dio a sí mismo el hidalgo Alonso Quijano, observamos cómo transforma Quijano en Quijote, el sinónimo de Quechot que en arameo significa “Verdad”. Pero Cervantes también jugaba con su significado de “muslera”, como parte de la armadura, o incluso podría ser entendido como “manta, capa o vestidura morisca” si se hace derivar de la voz del árabe hispánico “alkisá” o  del árabe clásico “kisá”. En fin, que cualquier conjetura nos lleva al mismo laberinto de las tres religiones.

Volviendo al famoso comienzo del Quijote que nos mete de lleno en el peso de los nombres y su significado, también conviene aclarar que la frase “En un lugar de la Mancha” es un octosílabo que aparece en el romance “El amante apaleado”, verso que debió de tener cierta popularidad. La frase que le sigue, “de cuyo nombre no quiero acordarme” puede leerse como “En una tierra de que no me acuerdo había un rey…” en la obra “El Conde Lucanor” de Don Juan Manuel.

5.- ANTECEDENTES E INFLUENCIAS

No debemos sorprendernos por estos recursos. Cualquier obra literaria tiene sus influencias y en cualquiera de ellas podemos encontrar distintos antecedentes. Los personajes de Cervantes y las situaciones narrativas, como en cualquier escritor, no pueden ser totalmente inventados. El escritor no puede escapar a su tiempo y su experiencia, así que su escritura se nutrirá de la misma realidad que le toca vivir pasada por su subjetividad, la misma realidad de la vida, sea ésta doliente o feliz. Abundando en algunos precedentes más del Quijote, conocidos o no por Cervantes, mencionemos:

1.- En el s. XIII aparece la ridiculización de la Canción de Roldán describiendo de manera grotesca cómo es armado un caballero en la obra “A gesta que fez don Alfonso López a don Meendo e a seus vassalos
2.- En el Libro del Buen Amor, el Arcipreste de Hita nos presenta la pelea que hubo entre don Carnal y doña Cuaresma. Sancho, en Barataria, simboliza el carnaval, o don Carnal, y el doctor Tirteafuera a la Cuaresma en este episodio carnavalesco.
3.- Las características de Sancho Panza con sus agudezas y uso de refranes aparecen en “EL Caballero Cifar
4.- Cervantes cita y salva del fuego el libro de caballerías “Tirante el Blanco” (1511) donde encontramos los personajes equivalentes a Altisidora y doña Rodríguez.
5.- Los amores del hidalgo don Quijote y la campesina Aldonza se representan en el episodio de “Primaleón y Polendos” (1534)
6.- En la novela “Los diez libros de Fortuna de Amor” del sardo Antonio Lafrasco, aparecen Dulcineo y la pastora Dulcinea.
7.- La cueva de Montesinos puede entenderse como una parodia del descenso de Eneas a los infiernos, y a la manera de la Sibila en el caso de Eneas o de Virgilio guiando a Dante en su viaje a los infiernos, don Quijote estará acompañado por un “loco”. Don Quijote baja a la cueva en busca del “conocimiento” que representarían “las fuentes” de las que beben las lagunas de Ruidera. Pero hay quien lo entiende como una comparación con la figura mesiánica de Jesucristo que al tercer día volvió de entre los muertos, los tres días que le parecieron pasar en el fondo de la cueva a don Quijote en la hora escasa que duró la aventura.
8.- Sin embargo, el precedente de mayor importancia lo encontraremos en una obra menor, el anónimo “Entremés de los romances”. En esta pieza breve (1588 / 1591) aparece un labrador llamado Bartolo que enloquece leyendo una y otra vez el Romancero,  dándole por imitar su lenguaje, el comportamiento de sus héroes y sus hazañas; se busca un escudero llamado Bandurrio y juntos salen a buscar aventuras. En una de ellas quiere defender a una pastora del acoso de un zagal, pero éste consigue arrebatarle la lanza a Bartolo y lo deja tendido en el suelo después de propinarle una buena paliza. Bartolo recitará los mismos versos que Cervantes hará decir a don Quijote cuando molido a palos en la aventura de los mercaderes toledanos yace tendido en el suelo:

¿Dónde estás, señora mía
que no te duele mi mal?

Y cuando acude la familia de Bartolo para auxiliarle, él cree que es el mismo Marqués de Mantua y lo saluda como tal.

Según Martín de Riquer (Para leer a Cervantes, pag.135), “en nada merma el mérito ni la invención del Quijote el hecho de que Cervantes se haya inspirado en obra de tan poca importancia y de tan escaso valor literario como es el “Entremés de los romances”. Y sin duda es así, pues Miguel de Cervantes supo convertir aquella pequeña pieza en una obra literaria de primera magnitud. Estas influencias no eran raras en la época. En Francia podemos encontrar que el Pantagruel, la gran obra de François Rabelais, está inspirado en otro libro anónimo de poco valor literario, las “Grandes e inestimables crónicas del gran y enorme gigante Gargantúa”. Y, sigue Riquer, “en el caso concreto de Cervantes su deuda con el “Entremés de los romances” es mucho menor que la de Rabelais con el citado libro anónimo

6.- RETOMANDO LOS RASTROS JUDÍOS

Una lectura atenta del Quijote nos sorprenderá con rastros judíos en lo tocante a los nombres y la importancia capital de los mismos, pero también en lo tocante a las comidas, los vestidos y las costumbres reflejadas en la novela o en la organización de la obra en cuatro partes y el tipo de lenguaje mesiánico o profético de muchos de los discursos y sus referencias simbólicas en los que hallaremos aspectos que, por lo menos, nos hacen pensar. Hasta en el hecho circunstancial de la pobreza relativa y las estrecheces de Cervantes en las que quiere ver Andrés Trapiello una razón de ser escritor (el éxito económico lo habría conducido por otros derroteros) lo imagina huyendo de la Palabra y resistiéndose a su destino como uno de los profetas de Israel.

Ya he mencionado lo relativo a los nombres del propio autor, Miguel de Cervantes, y los de don Quijote de la Mancha, Rocinante y Dulcinea del Toboso. Existe otra referencia sorprendente. El capítulo 39 de la Primera parte da comienzo como el 1, pero diciendo: “En un lugar de las montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna…” Respondiendo a la moda de los temas moriscos heredada del romancero, Cervantes incluye aquí la novela del cautivo. El paralelismo con la obra entera es evidente. Miguel de Cervantes nos traslada la historia de su cautiverio en Argel con elementos añadidos como es la compañía de la mora Zoraida. Y la lectura literal nos dice que la familia de Cervantes procede del antiguo Reino de León, concretamente de las Montañas de León, que  –lato sensu– se extienden desde la Sanabria zamorana por los Montes de León hasta –stricto sensu– la Cordillera Cantábrica y los Picos de Europa.

Muy bien. Tenemos a un Cervantes reivindicándose aires de nobleza, pues de esas tierras se suponía el origen familiar de la mejor nobleza del reino. Pero también, de igual modo, de refugio para los judíos conversos que, tras el decreto de expulsión del Edicto de Granada de 1492, iniciaron su salida hacia Portugal o se escondieron en las aldeas y los recovecos de las montañas leonesas.

A mí se me ocurre que lo mismo que nos sucede con el término Mancha (con mayúscula o con minúscula) y la posible alusión a los “manchados” o nuevos cristianos, el término León tal vez esconde otro significado, el del pueblo judío errante en busca de la tierra prometida y, en este caso, de su salvación, ya que León, en hebreo, significa lisa y llanamente el símbolo de la tribu de Judá. La tradición cristiana llama León de Judá a Jesucristo, como componente de la tribu de Judá. También se relaciona con Etiopía, cuya bandera incluye el famoso león. En la aventura de los leones (II, cap.17), estos no atacan a don Quijote; lo miran y le dan la espalda enseñándole los cuartos traseros. ¿Por qué no lo atacan? ¿Tal vez porque lo reconocen como uno de los suyos? Los leones están cautivos. A partir de ahí don Quijote tomará el nombre de “El Caballero de los Leones”. Nos propone Cervantes una profecía algo singular. En el capítulo 46 de la I Parte encierran a don Quijote en una jaula sobre un carro de bueyes para llevárselo a casa y curarle de su locura. Para tranquilizarlo le dicen que el empeño de su aventura terminará con su prisión cuando el furibundo león manchado se acostase con la blanca paloma tobosina, de cuya relación nacerían los hijos que imitarían “las rampantes garras del valeroso padre”. Textualmente: “león manchado” y textualmente “blanca paloma tobosina”. El texto cervantino parece parafrasear el Zohar: “…No temas, Jacob, servidor mío; y tú, Israel, no te espantes; porque, por lejos que estés, yo te salvaré y sacaré a tus hijos del país en el que se encuentran cautivos. Jacob volverá, y se reposará en paz y no temerá nada” (Don Quijote, profeta y cabalista.- pag. 222.-Dominique Aubier). Don Quijote va en un carro. El carro, dice Domique Aubier, según la regla mística simboliza el espíritu de un hombre perfecto. La profecía se realizará cuando alguien lea los signos, cuando los libere de su calidad mesiánica.

Por otro lado tenemos el personaje de Zoraida, la mora enamorada y conversa, que acompaña al cautivo y que se puede relacionar con el nombre Zohar que significa “Flor” en árabe y “Luz” o “Resplandor” en hebreo, y que es la obra de Moisés de León que Cervantes, presumiblemente, habría leído. Nos encontramos, en fin, con un nombre simbólico en el que pueden verse representadas las tres religiones, judía, cristiana y musulmana. Y no será la única ocasión.

Las tres religiones harán acto de presencia tanto en los títulos de hidalguía como en las clases de comidas del hidalgo. En este sentido, es de notar la ausencia del cerdo en la dieta de Alonso Quijano y se destacan tres días de la semana al mencionar los platos consumidos (I, cap. 1): los viernes, lentejas; los sábados, duelos y quebrantos, y los domingos, algún que otro palomino como extra. El día de los musulmanes, el viernes; el de los judíos, el sábado, y el de los cristianos, el domingo. Y cada cual con los alimentos simbólicos de cada religión. El resto de los días, olla con algo más de vaca que de carnero y salpicón las más de las noches. Pero no carne de cerdo. En cuanto al salpicón, que no se dice de qué es, comprendemos fácilmente que es un plato en el que se subraya el valor de la “sal”, palabra con doble sentido tanto en hebreo como en español. La sal derramada en la mesa es signo de mala de suerte; echada hacia atrás por encima del hombro parece ser un conjuro para atraer la buena suerte o protegerse de la mala. La sal, se dice, es la “gracia” de la vida. De la sal proviene el término “salario”, lo recibido por el trabajo diario. ¿Qué gracia nocturna buscaba don Quijote en el salpicón? Tampoco encontramos a don Quijote bebiendo vino, lo que hará Sancho con generosidad y holgura, y sí lo hallaremos derramándolo por el suelo en la aventura de los pellejos de vino. La sola idea de la representación del vino como la sangre de Cristo ya consigue perturbar el pensamiento. Pero dejémoslo ahí. Al menos, de momento.

Dominique Aubier entiende, a través de la constante alusión a las tres religiones y en el paralelismo bíblico con el Libro de Ezequiel dividido también en cuatro partes, donde se proclama la reconstrucción del templo de Jerusalén, que el mensaje encriptado del Quijote recoge la idea de renovación y reforma (no destruir los valores de la caballería, sino restaurarlos) y llegar al entendimiento o unión del judaísmo, cristianismo y religión musulmana. Hay que tener en cuenta que Ezequiel es venerado igualmente por judíos, cristianos, musulmanes y el bahaísmo persa (Irán). El objetivo del libro, entonces, sería conseguir “el desencantamiento de Dulcinea”, es decir, la Revelación del Zohar, Libro de la Luz, el Verbo, la Verdad, el Absoluto. En eso consistiría la lucha de don Quijote como restaurador de la Justicia y las costumbres a las que alude constantemente en sus discursos, entre los que destacan los de La Edad Dorada y el de Las Letras y las Armas. Y así se comprendería el personaje de Dulcinea del Toboso, el único que no hará aparición en las páginas de la novela sino es a través de la interpretación de don Quijote, al cual inspira, ilumina y empuja a la acción. El mismo nombre Quijote, como hemos advertido anteriormente, tiene cabida en el significado de las tres religiones, judía, cristiana y musulmana como “verdad”, “muslera” y “manta, capa o vestidura morisca”.

Para Dominique Aubier, el libro profano del Quijote se convierte en libro sagrado. La interpretación que hace del Quijote es una reducción a la vía esotérica. Quiere ver en él una vía del Conocimiento a través de la espiritualidad de los libros sagrados, la Cábala y el Zohar de Moisés de León.

El que Miguel de Cervantes leyera o no el Zohar o lo conociera por tradición familiar o tuviera conocimiento del mismo en sus viajes por Italia, no se puede demostrar. Pero si este libro parece inspirar y vertebrar el Quijote, lo que también es cierto es que Cervantes incluyó en la novela el cuento de la cañaheja (II, 45) que figura en el Talmud, uno de los libros perseguidos por la Inquisición y que fue objeto de quemas públicas en Valladolid y Salamanca. En él se narra el engaño de un viejo que llevaba ocultos los diez escudos de oro que debía a otro hombre que se los había prestado. Pasó desapercibido o lo hizo pasar desapercibido porque no debía de ser muy conocido.

7.- EL CASO PARTICULAR DE LA AVENTURA DE LOS MOLINOS

Puede decirse que la de los molinos de viento es la aventura más celebrada del Quijote, o al menos una de las más recordadas y sabidas incluso por quienes nunca han leído el Quijote.

Hay bastantes interpretaciones de aquella situación absurda en la que el caballero arremete contra las aspas de los molinos. La primera que a mí me vino a la mente es la de la imagen que proyectan los molinos de viento. En la lejanía, con su altura, el cono que los cierra a modo de techumbre y las tremendas aspas en forma de Cruz de San Andrés, pienso que cualquier hereje o sospechoso de serlo, no dejaría de ver el capirote y la cruz que colgaban al pecho de los penitenciados por la Inquisición. Para un judío converso debía de resultar una imagen inquietante. Y un enemigo temible y gigantesco.

Pero los molinos manejan, además, una materia simbólica, que es el trigo, conocimiento esencial, que se hace harina en el molino, lo que equivale a la explicación de ese conocimiento. Don Quijote se enfrenta a los responsables de esa transformación porque no está de acuerdo con las explicaciones que salen de esa molienda. Es decir, los molinos simbolizan el poder establecido. Los molinos sirven para sacar harina, que es una cosa buena, pero no sirve cualquier tipo de molienda. Unamuno ve el símbolo del poder en los molinos de viento del siglo XVI como lo ve en las máquinas de su tiempo, dinamos, locomotoras, etc. y como hoy podríamos verlo en los aviones, naves espaciales, aerogeneradores. Porque, aunque sean buenos instrumentos para dar buena harina, ¿de quiénes son y a qué poderes sirven? Sin embargo, no se enfrentará don Quijote a los molinos de agua cuando se encuentra ante ellos. ¿Qué diferencia hay, entonces, entre unos y otros? La respuesta que da Dominique Aubier es que la fuerza que mueve la máquina de moler y hacer la harina de las interpretaciones del conocimiento de unos, es el viento. El viento y su fuerza representan a los Padres de la Iglesia. La fuerza de los otros es el agua, que simboliza a los rabinos y la fe judía, a los que respeta.

No nos resulta todavía desconocida la expresión de “eso es harina de otro costal”; es decir, eso es otra cosa, otra interpretación –se supone que mejor o peor, según las circunstancias- otra realidad, otra explicación del conocimiento esencial que representa el trigo cuando es triturado y hecho harina.

8.- LO QUE PODEMOS VER EN LA AVENTURA DEL VIZCAÍNO

Si la de los molinos es aventura notable, la del vizcaíno no le va a la zaga. Cuando al final del capítulo noveno de la I Parte, vizcaíno y caballero quedan en suspenso con sus espadas en alto, la tensión se adueña de la narración.

El resultado final es la descalabradura del vizcaíno, que cae a tierra y que se salva de ser acometido y rematado gracias a la intercesión de la dama del carruaje. Don Quijote acabará con una oreja rasgada y el rostro ensangrentado. Es, quizá, la aventura más violenta y dramática de la novela.

¿Por qué ataca don Quijote al vizcaíno? Para entenderlo tenemos que leer más allá de lo literal del relato. Por medio andan las cuestiones de honor y nobleza esgrimidas por el vizcaíno, que don Quijote tomará en cuenta para batirse con él. Pero hay o podemos ver que hay algo más.

Si en los molinos de viento nos encontramos con que don Quijote rechaza la harina o explicaciones de los Padres de la Iglesia y no lo hace con los picapedreros de la verdad bíblica, los rabinos, en los molinos de agua, las enseñanzas que don Quijote preconiza chocarán ahora de frente con las que representa el vizcaíno. ¿Qué discurso es éste que parece incoherente y a medio hablar? Don Quijote sí entiende lo que dice el vizcaíno a medias en su lengua y en castellano. No es el cómo lo dice el problema, sino lo que dice o lo que representa que dice. Pues Dominique Aubier entiende que el vizcaíno es la representación de Ignacio de Loyola y las enseñanzas de la Reforma impulsadas por los jesuitas. El asunto burlesco del modo de hablar del vizcaíno puede encerrar una crítica a las enseñanzas jesuíticas, un lenguaje poco comprensible y unas enseñanzas no asumibles desde la propuesta regeneradora del profeta don Quijote. La misma autora, conocedora de la condición judía de Ignacio de Loyola, quiere entender que éste y don Quijote predican desde la lectura primera del mismo libro, el Zohar, de Moisés de León, y en el enfrentamiento, ganará don Quijote. Cervantes,  cuya formación primera la hará con los jesuitas recibiendo dos cursos de Gramática y de los cuales habla bien y elogia en “El coloquio de los perros”, de las Novelas Ejemplares, no duda en este aspecto de la reforma de las enseñanzas y la adquisición del conocimiento. Al hilo de la cuestión, se puede señalar la convicción de Unamuno que ve en don Quijote leyendo libros de caballerías o velando las armas en el patio de la venta, la representación misma de Ignacio de Loyola, también devorador de libros de caballería, él mismo  hombre de armas que a su regreso de Jerusalén velará y tomará las armas de Cristo y de su Iglesia en su compromiso reformador.

9.- Y LO QUE VEMOS –GROSSO MODO- EN OTRAS CIRCUNSTANCIAS DE LA OBRA

En la quema de libros. En el primer escrutinio para la hoguera nos encontramos los libros condenados, libros de caballerías; los salvados de la hoguera, libros de poesía junto a La Galatea de Cervantes, y un tercer grupo de libros salvados por error. Pero habrá que considerar también aquellos libros condenados sin culpa, otra clase de error, que le hará decir a Cervantes aquello de “pagar justos por pecadores” en alusión a los cristianos nuevos o judíos conversos llevados a la hoguera por la Inquisición. En la novela, el ramo de hisopo y el agua bendita que trae el cura acaban de dar todo el sentido al acto inquisitorial contra los libros que, sin ser leídos, producían terror.

Entre los libros salvados y luego entregados al fuego sin ser leídos se encuentran La Carolea de Jerónimo Sempere, en el que se narran las victorias de Carlos I, y El León de España de Pedro de la Vecilla sobre los hechos ocurridos en la capital del reino leonés, ambos con referentes judíos; La Carolea o Caro Lea, anagrama de lee el carro del Talmud, y el León o Judá, de Moisés de León. O sea, pagar justos por pecadores.

En las relaciones con la Iglesia. Son abundantes las situaciones en las que, o bien arremete contra frailes o bien se burla de los curas disfrazándolos de mujeres, como en la aventura de Sierra Morena. Todas estas acciones se desenvuelven bajo el manto protector de la locura y la visión distorsionada de la realidad de don Quijote o bien como recurso necesario puesto al servicio de una causa justa.

También se encuentran Sancho y don Quijote con iglesias y cementerios, como el caso del Toboso donde confundieron las sombras de la torre de la iglesia con las del imaginado castillo de Dulcinea (II, 9), y luego –en un rasgo de clarividencia- don Quijote identificará correctamente pronunciando la frase popular a la que se le atribuye una intencionalidad proverbial que no tiene en la novela, pero que –acaso por algo- se ha hecho universal: “Con la iglesia hemos dado, Sancho”, convertida en “con la iglesia hemos topado, amigo Sancho”. ¿No representa esto, tal vez, que el espíritu español ha leído la novela e interiorizado su mensaje de manera natural? Por más que, literariamente, no se le pueda atribuir a la frase el significado con que actualmente se entiende, sí se entiende que tropezarse con las instituciones, o cualquier tipo de autoridad, supone un obstáculo para las intenciones de los asuntos propios. Pero, también hay que decirlo, don Quijote no pisará el interior de una iglesia en ninguna ocasión. El cementerio, que asusta a Sancho y le da mala espina, no se ajusta a las costumbres manchegas al tener los enterramientos alrededor de la iglesia, costumbre más propia del noroeste español, por tierras gallegas, asturianas y leonesas del viejo reino.

En el capítulo 13 de la Primera parte, Cervantes nos relata el entierro de Grisóstomo. Ya la muerte de este personaje rico y de refinada cultura metido a pastor por amor a la hermosa joven de buena familia echada a los montes a vivir en soledad como pastora, nos llama la atención. ¿Por qué? Pues porque se trata de un suicidio. Aunque bien disimulado y ambiguo en la novela, no se puede ocultar. Y el suicidio era cuestión capital para la Iglesia como tema pagano. Pero el enterramiento que le sigue no es menos sorprendente porque, atendiendo a la voluntad  del propio Grisóstomo, se realizará al estilo “morisco”.  No hay enterramiento en sagrado ni ceremonia religiosa acogida a la Iglesia. Ni hay un solo signo cristiano. Será enterrado acompañado por un cortejo adornado de flores, así como las andas para transportar el cadáver que será enterrado sin ataúd, directamente en tierra. La muerte y el enterramiento de Grisóstomo no pasaron desapercibidos a las autoridades, pues Ambrosio, amigo de Grisóstomo, dice que no atendió a las advertencias de los “abades”, término –por cierto- usado para designar a los curas en León y Galicia, para organizar un funeral pagano en el que se honra a un suicida. En este sentido observamos a un Cervantes de orientación erasmista que se pone del lado de la libertad de conciencia, usada por los judíos y no por los musulmanes ni los cristianos. La muerte que acepta Cervantes para Grisóstomo y el mismo don Quijote, es una muerte consciente, respeta la voluntad individual y no condena a quienes deciden poner fin a su vida.

Al hilo de los suicidios, en las famosas bodas de Camacho (II, 20, 21) se cuenta el suicidio fingido de Basilio para conseguir, in artículo mortis, la mano de su enamorada Quiteria, prometida de Camacho. En ningún caso, entierros o bodas, las ceremonias se desarrollarán bajo el techo de una iglesia, templo o ermita, sino al aire libre. La enorme cantidad de alimentos de las bodas atendidas por más de cincuenta cocineros y cocineras, iba desde un novillo entero, seis carneros, palominos, liebres, gallinas y otras aves, hasta los generosos vinos, dulces y miel. Pero lo que a Sancho Panza primero le llegó al olfato fueron los torreznos fritos. Para Sancho se abrió el mundo de la glotonería que en don Quijote sería abstinencia. Sobre todo con la carne de cerdo.

Don Quijote, que se las ve con ejércitos de ovejas, con gatos que se le agarran a las narices, leones, toros o la nube de grajos que identifica como murciélagos en la cueva de Montesinos, también se las tuvo que ver con los cerdos o marranos. En el capítulo 68 de la Segunda parte, don Quijote y Sancho son pisoteados por una piara de de “más de seiscientos puercos”. Sancho le pide la espada a don Quijote para matar a los que pudiere de aquellos animales inmundos. Y don Quijote le dice: “Déjalos estar, amigo, que esta afrenta es pena de mi pecado.”

Pero, ¿de qué pecado habla don Quijote? Para los judíos y musulmanes los cerdos son animales inmundos. A los judíos se les denomina marranos. Y para demostrar ser cristiano, era obligado comer carne de cerdo. Si queremos ver al hidalgo metido a caballero andante como un restaurador de las costumbres, mantenedor de la fe de sus antepasados, inspirador de la tolerancia, de la paz y el restablecimiento de la justicia, podemos ver en este hecho hiperbólico de una piara gigantesca corriendo por los campos y arrollando cuanto se cruza en su camino, la situación vivida por los cristianos nuevos o judíos conversos. Sobre todo si, como sigue más adelante en el capítulo, son acorralados por hombres de a caballo que los conducen al castillo de los duques a punta de lanza y entre insultos para ser sometidos a un juicio, parodia de los juicios de la Inquisición.

10.- PARA CONCLUIR

Los esbozos dejados hasta aquí solamente abren la puerta a nuevas conjeturas, hipótesis, tesis y demostraciones más o menos convincentes. Todo ello, en mi opinión, ha de servir más que a ninguna otra cosa a comprender la naturaleza humana y la de una España que nunca fue fácil.

A estas alturas podríamos decir que todos cuantos se acercaron y acercan al Quijote tienen razón en la parte de realidad que descubren. Los rusos, que creyeron que era un libro cruel y que muchos lloran al leerlo; los ingleses que lo presentaron al mundo y admiraron como libro estrambótico, o los alemanes que piensan en el Quijote como una tesis de la melancolía, es decir, “la ilusión desmedida por la miseria de lo real”. También la lectura alegre hecha en Hispanoamérica que inspiró a Borges, y las lecturas hechas por los españoles, alegoría de la nacionalidad o la identidad agónica del alma del país hasta que Juan Goytisolo la puso al día.

Hablaba del Quijote como el negativo de una fotografía que se va revelando con el paso de los siglos. Y seguiré en ello.

Agregaré algo. Si Miguel de Cervantes no hubiera escrito el Quijote habríamos tenido que inventarlo. Pero no habría alcanzado la trascendencia universal que hoy tiene. Porque, al decir de Andrés Trapiello. “el Quijote es el triunfo del creador sobre el artista”. Cervantes es “creador” en el Quijote y “artista” en el resto de sus obras.

¿Cómo lo escribió? Pues como un poema, cada vez más desinhibido, suelto y resuelto con la vida. ¿Tuvo en cuenta Cervantes todos los aspectos hasta aquí reseñados, planificados, pensados, para elaborar la novela? La pregunta no pasa de retórica. Claro que no. Sería imposible. No hubiera escrito una línea. Las distintas circunstancias y avatares de su propia vida a medida que iba escribiendo fueron conformando las respuestas en un diálogo con el mundo en el que afloraron la memoria consciente y la reprimida de manera fluida y hermosa.

El poeta no sabe lo que escribe ni cómo lo escribe. Decía Antonio Gamoneda que el poema siempre sabe más que el autor. Y estamos ante un poeta que no tuvo éxito cuando quiso ser solamente artista, un dramaturgo que no alcanzó la fama y el reconocimiento y se sintió fracasado, y un poeta, dramaturgo y novelista que escribió el mejor poema de la historia cuando fue “creador”. Y a eso me atengo.

Dos últimas reflexiones. La primera apunta de nuevo a la intencionalidad de la obra. Una intencionalidad declarada en la novela: terminar con las falsas historias de los libros de caballería; otra intencionalidad revelada, la de un don Quijote que profetiza la destrucción de las obras falsas para restaurar el valor del conocimiento y el ordenamiento de un nuevo mundo en el que se diera el entendimiento de las tres religiones; judía, cristiana y musulmana.

La segunda reflexión se dirige hacia el pasado familiar judío de Cervantes que Américo Castro mantuvo como  teoría y que personalmente no me parece desafortunada.

Pero, sabiendo que esto es lo anecdótico, también me inclino a pensar junto a Andrés Trapiello, que “ni Cervantes se creyó judío ni se sintió judío jamás. Todo lo contrario. En un país como España, y en aquella época en la que las sangres se llevaban mezclando ochocientos años, por la de Cervantes, como por la de todos, no podía dejar de correr la judía o la árabe. Lo cual es más para tenerlo a mucho orgullo, pues el mestizaje siempre será una buena ocasión de alumbrar novelas como el Quijote que enriquecen la Cultura y abren los caminos de la convivencia, la que nos hurtan las miradas estrechas de los nacionalismos y los sentimientos de pertenencia que alimentan la xenofobia. Miguel de Cervantes, como poeta, lo sintió y lo expresó de manera magistral. Y ahora, sí. Vale.

González Alonso

BIBLIOGRAFÍA RELACIONADA

Para leer a Cervantes.- Martín de Riquer.- Acantilado- Quaderns Crema, S.A.-Barcelona, 2003
Cervantes clave española.- Julián Marías.- Alianza Editorial.- Madrid, 2003
Quijote y lectura.- Defensas y fragmentos.- Pedro Salinas.- Biblioteca ELR ediciones. Edición de Enric Bou.- Madrid, 2005
El Quijote desde la reivindicación de la racionalidad.- Serafín Vegas González.- Centro de Estudios Cervantinos.- Alcalá de Henares, 2006
La ruta de Don Quijote.-Azorín .-Edición de José María Martínez Cachero Cátedra-Letras Hispánicas.- Madrid, 1992
La conciencia burguesa en el Quijote.- Santiago Montserrat.- Universidad Nacional de Córdoba.- República Argentina, 1969
Cervantes y la invención del Quijote.- Manuel Azaña.- Biblioteca ELR ediciones. Edición de David Hernández de la Fuente.- Madrid, 2005
El Quijote de Wellesley. Notas para un curso en 1984.- Javier Marías.- Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. – Barcelona, 2016
Mi vecino Alonso.- Estudio sobre la lectura de la obra El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.- Luis Miguel Román Alhambra.- Edita: Luis Miguel Román Alhambra.- Alcázar de San Juan, 2010
El  testamento de Alonso Quijano en el Quijote.- Florencio Gutiérrez Peña.- Edición de Florencio Gutiérrez Peña.- Madrid, 2013
Don Quijote, profeta y cabalista.- Dominique Aubier.- Ediciones Obelisco.- Barcelona, 1981
Miguel de Cervantes- Las vidas de Miguel de Cervantes.- Andrés Trapiello.- Ediciones Folio, S.A. –Barcelona, 2004

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1 comentario en “Los rastros judíos en el Quijote

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