Don Quijote de la Mancha.- Segunda parte, capítulo trigésimo tercero

El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra

Segunda  parte.- Capítulo trigésimo tercero

De la sabrosa plática que la duquesa y sus doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note

 Y vemos así cómo Sancho, explicando a la duquesa de qué manera se las ingenió para hacer creer a don Quijote que había visto a Dulcinea encantada, se despacha a gusto tildando a su amo de loco rematado y mentecato capaz de decir, sin embargo, “cosas discretas” y bien encaminadas. La duquesa argumentará, entonces, que si don Quijote está loco y Sancho le sigue y le sirve es que é mismo debe de estar “más loco y tonto” que su amo, por lo que ve comprometido darle una ínsula para que la gobierne.

Sancho no se desdice y apunta las razones por las que sigue a su amo, entre las que descuellan la fidelidad, el lugar común de nacimiento, el quererlo bien, el ser don Quijote agradecido y los pollinos que le libró en pago de sus servicios como escudero. Una extraña mezcla de afecto e interés. Proseguirá su discurso con una estupenda sarta de refranes que subrayan cómo se puede ser feliz en cualquier circunstancia, incluso la de pobre, y ponen de manifiesto la igualdad de los hombres y mujeres ante las necesidades y la muerte. Acepta con entereza la posibilidad de no ser nombrado gobernador y entiende que el serlo puede acarrearle muchos beneficios tanto como muchos perjuicios, pero que el no serlo será de algún beneficio, al menos, a su conciencia.

La duquesa le confirmará a Sancho Panza que será nombrado gobernador de la ínsula, pues así lo prometió su marido el duque que, como caballero (aunque no andante), está obligado a mantener su palabra. Le pide que en su gobierno mire bien por sus vasallos, de los que hace un gran elogio. Sancho promete que será como dice la duquesa enumerando el cupo de virtudes que cree poseer para el cargo, de tal manera que está seguro de poder saber más sobre cómo ser gobernador en quince días que todo lo que sabe de las labores del campo en el que nació y se crió.

Vuelve la duquesa al tema de Dulcinea. Ahora quiere persuadir a Sancho de que todo lo que dijo sobre ella para escapar del enfado de don Quijote no había sido mentira, que Dulcinea existía, que estaba encantada, que ellos mismos también sufrían a encantadores enemigos y que, en definitiva, el engañado era el propio Sancho.

Y Sancho, prudente, no osará contradecir a la duquesa, aceptará que todo sería como aseguraba y que lo entiende porque ya sabía que él no tenía tanto ingenio como para improvisar un engaño tan bien urdido, además de que el propio don Quijote, sin que Sancho tuviera parte en ello, vio a Dulcinea encantada en la cueva de Montesinos.

Tras otras disquisiciones y razonamientos sobre la naturaleza y el estado de Dulcinea, la duquesa despide a Sancho y éste se preocupa, en primer lugar, de su asno, expresando la desconfianza hacia la dueña que se había negado a procurar los cuidados del establo al pollino. La dueña replica malhumorada y la duquesa intercede zanjando la discusión y asegurándole a Sancho que estuviera descuidado porque ella misma se haría cargo personalmente del cuidado del rucio. Sancho no pide tanto y le parece suficiente con que esté en la cuadra. La duquesa, apreciando la estima en que el escudero tiene a su borrico, le aconseja que lo lleve a gobernar con él para atenderlo mejor y que, incluso, pudiera como gobernador jubilarle de su trabajo.

La respuesta de Sancho no esconde la acerada crítica de sus palabras: “No piense vuestra merced, señora duquesa, que ha dicho mucho, que yo he visto ir más de dos asnos a os gobiernos, y que llevase el mío no sería cosa nueva”.

Rió de buena gana la duquesa la ocurrencia de Sancho y después de mandarlo a descansar se reunió con el duque con quien, tras contarle lo ocurrido, planificará la puesta en marcha de “una burla a don Quijote que fuese famosa” y que será la aventura que se promete en el próximo capítulo. Sea.

González Alonso

 

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