El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra
Segunda parte.- Capítulo trigésimo segundo
De la respuesta que dio don Quijote a su reprehensor, con otros graves y graciosos sucesos
En la respuesta de don Quijote al eclesiástico que había puesto en tela de juicio su salud mental y negado la existencia de la caballería andante y sus caballeros, amén de declarar al susodicho eclesiástico incompetente para tratar y juzgar sobre estas materias, definirlo como ignorante y acusarle de falta de respeto, reafirmará la consistencia de los valores de la caballería andante, su necesidad, y la bondad de la práctica de la misma con las siguientes palabras: “Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno: si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y duquesa excelentes”. Con las intenciones, basta. Los malos resultados de las mismas serán fuerza de las actuaciones aviesas de encantadores y perseguidores de la fama de don Quijote.
Sancho interviene cargado de refranes en los que sostener su discurso, abundando en llamar ignorante al eclesiástico y defender a su señor de quien, dice, recibirá en su momento una ínsula que gobernar.
El duque aprovecha la intervención de Sancho para ofrecerle la ínsula esperada, que dice poseer cerca de allí y sin gobernador. Don Quijote le ordena ponerse de rodillas y agradecer la merced recibida besándole los pies, lo que Sancho hará al instante. El eclesiástico, abochornado, mohíno y contrariado, se levantará de la mesa y abandonará la comida recriminando al duque la manera de alentar las locuras de don Quijote y Sancho Panza, diciendo: “Por el hábito que tengo que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras!”.
La novela entra en una nueva fase y se produce una inflexión en el tratamiento de la locura. Don Quijote ya no tiene que imaginar ni inventar nada, pues serán los que le rodean quienes recreen el mundo caballeresco. La realidad ya no es una invención del caballero, y la locura –amparada en la intención de la burla y el escarnio- se instala en la conducta de las personas que acompañan a don Quijote. Va a ser, en todo caso, el mismo don Quijote el que cuestione la realidad creada contrastándola con lo que él ve y cómo lo ve, desnudo de fantasías, como le ocurre cuando se refiere a Dulcinea al ser preguntado por los duques.
Apreciamos, en primer lugar, una relativa desubicación del lugar y origen de Dulcinea en el tono del discurso. Así, cuando don Quijote se lamenta de haberla encontrado transformada por encantamiento en una simple campesina, carente de belleza, finura, donaires ni buenas y exquisitas maneras, nos dice que se le apareció como “una villana de Sayago”. Tal vez esta imagen le sirviera como el mejor ejemplo de campesina rústica en extremo, pero Sayago se encuentra en tierras leonesas de Zamora, lejos de la Mancha.
No para ahí la cosa. La duquesa, que ha leído la primera parte de las aventuras de don Quijote, le dice que, puesto que nunca la ha visto, tal vez no exista y sea inventada, “y que esta tal señora no es en el mundo, sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfecciones que quiso”.
Don Quijote responderá diciendo que “Dulcinea es hija de sus obras”, en donde podemos entender que ella es la creadora de don Quijote y el amor que le inspiraba; un ser creador y a la vez creado por su acción creadora. ¿Quién es ahora más irreal y fantástico? Las virtudes, añadirá don Quijote, son las cualidades que le confieren la nobleza a Dulcinea, estimando de más valor al “humilde virtuoso” que al “vicioso levantado”. De igual manera, cuando recuerdan cómo Sancho la encontró “ahechando un costal de trigo” de mala calidad, don Quijote invocará el argumento de los hados y los encantadores que le persiguen y todo lo trastocan para acabar con su fama. Entre las argumentaciones recurrirá a otra referencia leonesa al citar al caballero Bernardo del Carpio, de quien dicen los romances que fue el que venció y mató a Roldán en Roncesvalles.
En la continuación del discurso de don Quijote apoyando las cualidades que le harán merecedor a Sancho Panza del cargo de gobernador de la ínsula ofrecida, criticará mordazmente a quienes ostentan títulos de gobernador, asegurando que “por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que apenas saben leer, y gobiernan como unos girifaltes”.
La broma iniciada por las criadas de la duquesa enjabonando las barbas y la cara de don Quijote al terminar la comida, en lugar de ofrecerle el acostumbrado aguamanil, dejándolo un buen rato enjabonado y mojado con el pretexto de ir a buscar más agua, se continuará ahora con Sancho Panza. Antes, y para no despertar sospechas, el duque se había hecho lavar también las barbas, aunque sin la excusa de la falta de agua. La duquesa, viendo a Sancho complacido con la ceremonia, ordena que se haga lo mismo con él; pero de la tarea se ocuparán unos criados en extremo socarrones que intentan lavarle las barbas con agua sucia y lejía, secándole barbas y cara con unas toallas sucias. Sancho entrará en la sala huyendo de tales intentos esgrimiendo mil argumentos para evitar el escarnio. Finalmente, intervendrá don Quijote para evitar el atropello y los duques lo libran de la amenaza de ser tan mal lavado. Y poco después, antes de retirarse a la siesta, el duque dará instrucciones en secreto a las personas del servicio de cómo habían de tratar a don Quijote de manera que, en todo, pareciera y se acomodara a las costumbres retratadas en las novelas de caballerías
González Alonso