El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha
Miguel de Cervantes Saavedra
Segunda parte.- Capítulo vigesimoquinto
Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino
Nos encontramos con un don Quijote impaciente por oír las maravillas anunciadas por el hombre que transportaba armas y que se hospedaba en la misma venta, y con un hombre de las armas pidiendo paciencia para atender debidamente a las bestias antes de sentarse para contar lo prometido en el capítulo anterior. En su impaciencia, don Quijote se ofrecerá a ayudarle “ahechándole la cebada (a las bestias) y limpiando el pesebre”, lo cual sorprendió al hombre y le dispuso bien para contarle cuanto antes lo que quería oír.
El suceso que el hombre les narra a don Quijote, Sancho Panza y el primo que les acompañaba desde la aventura de la cueva de Montesinos, dice que ocurrió a escasas cuatro leguas de la venta donde se encontraban alojados. Al parecer, una muchacha que servía a uno de los corregidores del pueblo extravía un burro del dueño sin que supiera dar cuenta de él ni encontrar la posibilidad de encontrarlo. Pasados los días sin que apareciera el jumento, otro corregidor le contará al primero cómo había visto en un lugar perdido del monte un asno muy desmejorado que parecía el suyo. Acordaron ambos ir a buscarlo y, llegados al lugar, se separaron rebuznando a cada rato con la intención de que el jumento perdido contestara. Pero una y otra vez, engañados por sus mismos rebuznos, se encontraban uno con el otro sin que el burro perdido diera señales de vida. Finalmente, encuentran al desgraciado animal comido por los lobos y deciden volver al pueblo, donde contaron lo ocurrido alabando el uno al otro y el otro al uno la maravillosa facultad de rebuznar. La historia se propagó por los pueblos de la comarca de manera que, en cuanto veían a un vecino del pueblo, se mofaban de él imitando los rebuznos de los burros, pasando el pueblo a llevar el sobrenombre de “el del rebuzno”.
Como es de imaginar, la broma fue a más y al poco tiempo empezaron las peleas y enfrentamientos entre los habitantes del pueblo del rebuzno con los de los demás pueblos de los burladores. Y dicho esto, el hombre les explicó que llevaba aquellas armas porque al día siguiente tenían previsto uno de aquellos malos enfrentamientos por los agravios recibidos.
En el capítulo sobresale el uso leonés del vocablo “luego” en el sentido de “en seguida”. Y como dato topográfico diremos que la historia se sitúa en la antigua Mancha de Aragón, territorio que se extiende entre el sur de Cuenca y norte de Albacete.
A continuación hará acto de presencia un tal maese Pedro, que traía con él a un mono sabio o adivino y un retablo de las maravillas. El ventero se muestra muy animado y dispuesto a recibir al “titerero” o titiritero con sus distracciones, acordando como precio el valor de la estancia.
Don quijote y Sancho Panza sienten curiosidad y quieren preguntarle al mono por su futuro, pero Maese Pedro les responderá que el mono sólo sabe de los pasado y del presente. A Sancho le parece una tontería pagar por preguntarle por su pasado, que él –decía- sabía mejor que nadie; así que se decide a preguntarle por el presente de su mujer Teresa Panza y lo que estaba haciendo. Maese Pedro, tras escuchar lo que el mono parecía decirle al oído durante un buen rato, empieza por dirigirse a don Quijote con toda clase de generosas alabanzas y excusándole el pago por el servicio, asegurando que era algo que le debía.
El misterio de esta deuda se descubrirá a su debido tiempo en el capítulo siguiente, cuando se vea que el famoso maese Pedro y su parche en el ojo no era otro tal que el conocido Ginés de Pasamonte, el galeote liberado por don Quijote (I, cap.22) y del que recibió tan mal pago a base de pedradas y estacas, robándole –además- el burro a Sancho Panza en las circunstancias que también se explicarán y que no se dijeron en su momento.
De la mujer de Sancho Panza también le dará noticia, diciendo las cosas obvias y generales sobre la vida cotidiana que cualquier mujer de su edad y condición habitualmente haría, con lo que no corre riesgo de equivocarse demasiado.
Don Quijote desconfía de maese Pedro y le atribuye malas artes y peores conciertos con el diablo. Recuérdese que detrás de Ginés de Pasamonte, Miguel de Cervantes esconde el nombre de Jerónimo Pasamonte, quien fuera compañero suyo de armas en Lepanto, escritor de su autobiografía y al que no le guarda la menor simpatía, razón por la cual lo ridiculiza de tal manera.
A pesar de todas las prevenciones de don Quijote, y siguiendo los consejos de Sancho Panza, se decide por interrogar al mono acerca de lo ocurrido en la cueva de Montesinos, puesto que el mismo don Quijote no estaba muy seguro de que todo cuanto le ocurriera en ella hubiera sido verdad o mentira, y que a Sancho tanto le parecía mentira, imposibilidad o encantamiento. Maese Pedro responde a través de su mono de la habitual manera imprecisa y ambigua, asegurando que unas cosas fueron verdad y otras no, aunque no puede decir más por el momento hasta que el mono recupere su sabiduría, que calculaba de allí a un par de días.
Después, dispuesto el retablo, todos se acercarán a ver y escuchar las maravillas que en él se contarán.
González Alonso